Esta es la época del año en la que, quizás mejor que en cualquier otra, la ancha franja de la Vía Lástea se presenta a la observación en las mejores condiciones. La vislumbramos salir, por el cuadrante noreste del horizonte y subir perpendicularmente por la bóveda celeste, asaltando el amplio pentágono del Cochero, en el que brilla la regulgente Capella. Roza Perseo y la rojiza Algol en la zona donde se extiende la amplia W de Casiopea. El río sideral atraviesa la gran cruz del Cisne y las estrellas del Aguila, cuya presencia nos deja adivinar Altair.
Y, al fin, desaparece bajo el horizonte pálido de las constelaciones de la Serpiente y Sagitario. Nos damos cuenta que, con excepción de Perseo, la Vía Láctea no toca ninguna de las constelaciones importantes que existen en el hemisferio celeste dirigido hacia el sur, ya que el Lagarto y el Triángulo son poco significativas. Esto hace que resalte todavía más una de las constelaciones más notables y que en esta época es cuando mejor se puede observar. Se trata del célebre cuadrado, formado por tres estrellas luminosisimas de Pegaso, y por una cuarta, igualmente vistosa, que pertenece a la constelación de Andrómeda.
Contelaciones Pegaso, Andromeda y Galixia de Andromeda (M31) |
La región del firmamento que se extiende por debajo del cuadrado de Pegaso y de Andrómeda, es relativamente pobre en astros importantes. Es un océano sideral tranquilo en el que navega cuatro constelaciones, que podemos definir como "marinas" o, por lo menos "acuáticas" y que son el Acuario, Los Peces (Boreal y Austral), la Ballena y Eridano, el cual, con su enorme desarrollo nos recuerda a una gran río. Hay poquisimos astros luminosos, con excepción de la resplandeciente Formalhaut, la estrella alfa del Pez Austral, que centellea baja sobre el horizonte.