El Sistema Solar comprende el Sol (la estrella más cercana a la Tierra) y su séquito de planetas grandes y pequeños, así como un montón de cuerpos más pequeños, todos ellos a merced del campo gravitatorio solar. Consta de ocho planetas mayores, tres enanos e incontables cuerpos menores como asteroides y cometas.
Los planetas orbitan en torno al Sol dentro de un plano denominado elíptico un plano imaginario que une el Sol y la órbita de la Tierra. Las órbitas no son perfectamente circulares, sino ligeramente elípticas en mayor o menor medida. Algunos planetas, como la Tierra y Venus, se alejan poco de la órbita circular, mientras que Mercurio describe una órbita pronunciadamente elíptica.
El punto de una órbita más alejado del Sol se denomina afelio y el más cercano, perihelio. Muchos de los cuerpos menores del Sistema Solar. como los asteroides y los cometas, poseen órbitas marcadamente elípticas. Todos los planetas y la mayoría de los demás cuerpos, orbitan en torno al Sol en la misma dirección que la rotación de este último: en sentido contrario a las agujas del reloj.
El Sistema Solar está dominado por el Sol, que reside en el centro del sistema, con los planetas mayores y enanos orbitando a su alrededor a diversas distancias. La miríada de planetas asteroides y cometas se congregan en varia poblaciones con distintas ubicaciones dentro del Sistema Solar global.
Formación del Sistema Solar.
Se han formulado numerosas teorías sobre la formación del Sistema Solar, pero la que se acepta actualmente es la postulada por separado por Immanuel Kant y Pierre-Simon Laplace. Según este planteamiento, el Sistema Solar al completo se originó en una gigantesca nube interestelar o nebulosa de gas.
Dicha nube estaba formada por material expulsado al espacio en los últimos estertores de generaciones de estrellas anteriores. No solo contenía grandes cantidades de hidrógeno y helio, sino también elementos más pesados surgidos de esa generación estelar anterior. Poco a poco, algunas regiones locales de esa nube empezaron a contraerse, quizá a consecuencia de la onda expansiva de una supernova (explosión estelar) cercana, y a girar al mismo tiempo. Una de estas regiones se convertiría en nuestro Sistema Solar, De manera gradual, a medida que se contraía y giraba más deprisa, manteniéndose unida gracias al campo gravitatorio y a los campos magnéticos propios, empezó a aplastarse en forma de un enorme disco gaseoso giratorio, miles de veces más ancho que el Sistema Solar actual. Mientras se contraía, buena parte de la materia gravitaba en el centro de la nebulosa, calentándose y sometiéndose a una presión cada vez mayor esta parte central se convertiría en el protosol.
A medida que el resto de la materia se arremolinaba alrededor del disco, las moléculas de gas se combinaban para formar partículas más grandes denominadas gránulos de polvo, que se fueron uniendo para formar gránulos cada vez más grandes.
Poco a poco, a lo largo de millones de años, el disco giratorio de materia se transformo en una amalgama de bloques pequeños que se fueron juntando hasta formar bloques cada vez más y más grandes, hasta que, finalmente, algunos de ellos crecieron lo suficiente como para convertirse en planetas.
Las partes internas del disco estaban demasiado calientes para que se formara hielo o se licuaran los gases, de modo que los únicos materiales que se solidificaron fueron los que tenían puntos de fusión elevados, como las sustancias rocosas y los metales. De ahí que los planetas internos Mercurio, Venus, Tierra y Marte sean mundos rocosos.
En las partes más externas, las temperaturas eran menores, por lo que sí podían formarse hielos. Los planetas gaseosos, Júpiter y Saturno, se convirtieron en los cuerpos dominantes en la parte central del Sistema Solar, con Urano y Neptuno todavía más alejados, y un poco más pequeños.
La enorme masa de Júpiter le proporcionó una gran influencia gravitacional, evitando que otros planetas rocosos se fusionaran más cerca del Sol en la zona que hoy se conoce como el cinturón de asteroides.
Para entonces ya había comenzado la fusión en el joven núcleo del Sol, que se puso a liberar ingentes cantidades de energía. Un vierto supersolar comenzó a azotar el Sistema Solar, barriendo los gases que quedaban y evitando la formación de más planetas mayores.
Esta hipótesis se planteó sobre una bases teórica, pero ha dejado de ser mera especulación: se han hallado sólidas pruebas que confirma que este proceso está teniendo lugar alrededor de muchas estrellas jóvenes en otros puntos de nuestra galaxia.