Si queremos contemplar el firmamento en toda su grandeza, tenemos que salir de la ciudad en una noche serena y sin luna. Entre los focos artificiales, o con luna llena, no lograremos contar miles de estrellas, ni contemplar, a simple vista, el más portentoso espectáculo de los cielos que es la Vía Láctea. La Vía Láctea, o Galaxia, se nos presenta como una banda lechosa (de ahí su nombre) de suave resplandor, que atraviesa una zona del cielo como un gran arco tendido sobre nuestras cabezas. Los antiguos pensaban que este arco lechoso era algo así como la soldadura que unía a los dos hemisferios celestes.
Si apuntamos un telescopio a las lejanías de la Vía Láctea, descubriremos que está formada por miles, por millones, por miles de millones de estrellas, dispuestas en racimos, de una riqueza que fascina, y que jamás nos cansaremos de contemplar. Si no tenemos un telescopio a nuestra disposición, observaremos la Vía Láctea al menos con unos prismáticos: veremos, enseguida, cúmulos y nebulosas; pero, sobre todo, enjambres y más enjambres de estrellas, aparentemente tan apretujadas, que casi parecen confundirse unas con otras.
Galaxia M 51 en los Lebreles cerca de la Osa Mayor. |
Es difícil imaginar intuitivamente la estructura de la Galaxia. La figuración lógica nos la presenta como una gran cinta de estrellas lejanísimas, que envuelve un espacio inmenso, casi vacío, en el cual solo hay unos miles de estrellas, entre ellas nuestro Sol. Se trata de un efecto de perspectiva. En realidad, las estrellas que vemos tan apretujadas en la lejanía pueden estar tan distantes entre sí como las que nos rodean. La Galaxia puede imaginarse entonces como un inmenso disco de estrellas, en cuyo seno estamos sumergidos.
Solo después de haber observado distintos sistema galácticos externos, hemos llegado a saber que nuestra Galaxia se dispone realmente como una serie de brazos espirales en torno a un gran núcleo central. Nuestro Sol se encuentra bastante alejado del centro, e un brazo poco denso (el brazo de Orión) situado a su vez entre los brazos de Sagitario, que queda hacia el centro de la Galaxia, y el de Perseo, que es el inmediatamente externo al nuestro. Entre los brazos hay grandes nubes de materia cósmica, que nos ocultan una buena parta de la propia Galaxia, y especialmente el centro, que contiene más estrellas que todos los brazos juntos.
Las dimensiones de nuestra Galaxia son casi incalculables: hoy se evalúa su diámetro en unos 110.000 años-luz. En este espacio existen, aproximadamente, cien mil millones de estrellas; quizá más, si el núcleo es más denso de lo imaginado. Los cúmulos globulares se disponen, no en los brazos espirales, sino más bien a un lado y otro de las dos caras de la Galaxia. Y todo este sistema gira sobre su centro con majestuosa lentitud. Se cree que nuestro Sol y las estrellas vecinas tardan unos trescientos millones de años en dar una vuelta completa.