Existe la creencia que la mejor época para observar la Luna es en su fase llena, pues es cuando mayor brillo tiene y cuando aparenta ser más grande. Lo que no se tiene en cuenta es que la iluminación frontal da lugar a la desaparición de las sombras debidas a la orografía y, por tanto, carece de la espectacularidad de otras fases. Las mejores circunstancias se dan en los alrededor de los cuartos (creciente y menguante), aunque para ver bien determinadas zonas del perímetro hay que acercarse a la Luna llena o a la nueva.
Con esta entrada pretendemos incentivar la contemplación de la Luna, un ejercicio que se está perdiendo en los últimos tiempos, cuando muchos aficionados provistos de telescopios pretenden hacer complicadas observaciones sin haber pasado por el natural y sano aprendizaje que proporcionan un buen número de horas de observación lunar.
Aunque en circunstancias excepcionales la Luna ya es visible poco menos de 24 horas después de la fase nueva, no suelen conseguirse buenas imágenes telescópicas hasta transcurridos, al menos, un par de días, cuando está ya a cierta altura sobre el horizonte y puede observarse con un fondo de cielo más oscuro. Entonces es cuando los cráteres visibles en la parte iluminada se muestran como finas elipses a causa de la perspectiva, mientras la región a la que aún no le llegan los rayos directos del Sol se aprecia gracias a la débil luz cenicienta, reflejo del resplandor terrestre.
Algo al norte del ecuador, en el terminado (terminador es la linea que separa la zona iluminada de la oscura), empieza a ver el mar de la Crisis.
Un día más tarde, en el mismo Mar de la Crisis es posible llegar a ver el pequeño cráter Picard. Más al sur, dentro ya de la zona iluminada, se muestran los cráteres Langrenus y Petavius.
Al cuarto día de edad, el Mar de la Fecundidad es visible casi por completo y el cráter Atlas, bastante al norte, se encuentra en el terminador.
Al quinto día, unido al Mar de la Fecundidad, puede verse el Mar de la Tranquilidad, con las ranuras de Cauchy y, siguiendo hacia el norte, el espectacular circo (extensa llanura con perímetro circular) Psidonius. Hacia el su, los Montes Pirineos delimitan el Mar del Néctar.
Sexto día: en el terminador destaca el gran trío de cráteres Theophilus, Cyrillus y Catharina. Hacia el norte el Mar de la Tranquilidad se muestra completo, y en su interior los cráteres Plinius y Arago, con notables ondulaciones del mar en toda esta zona. Al norte se abre el Mar de la Serenidad y más allá el cráter Aristóteles.
Poco después de cumplirse el séptimo día la Luna se encuentra en su fase creciente. Al norte pueden verse los Montes Alpes con su famoso valle que los corta transversalmente y, no lejos, los cráteres Aristilus y Autolicus junto a los espectaculares Montes Apeninos. En el Mar de los Vapores está la falla Hyginus, visible perfectamente con telescopios medianos. Y el sur es una vasta región repleta de cráteres.
En el octavo día el extenso y oscuro circo Plato empieza a aparecer en el norte y Archimedes está plenamente iluminado. En la Zona central-sur otro gran trío: Ptolomeus, Alphonsus y Arzachel, y muy cerca de éste el Muro Recto (Ruper Recta), una falla de cien kilómetros de longitud prácticamente rectilínea.
Novena jornada: el cráter Tycho es visible en el sur, Fra Mauro, Eratostenes (pasado el ecuador) en la cola de los Apeninos, y Timocharis, se muestran en todo su esplendor. En el terminador aparece el imponente Copérnico y, en el sur, el viejo y gran Clavius.
Dos días después, el cráter Kepler ya se encuentra en la zona brillante, así como el semiderruido Gassendi. Pero lo más destacado es el Golfo del Iris en la zona norte, con su característica forma de semicírculo. En realidad es un enorme circo parcialmente cubierto por la lava del Mar de las Lluvias.
Duodécimo día: El brillo de la Luna empieza a ser molesto para telescopios de una cierta abertura; entonces un filtro puede ayudar a hacer la observación más cómoda. Los cráteres Herodotus y, particularmente, Aristarchus, destacan junto al terminador, éste último como el punto más brillante de la Luna. Junto a ellos se halla otra célebre ranura el ondulante valle de Schröter.
Apoco más de un día de su plenitud, los cráteres presentes en el terminador vuelven a ser acusadamente elipticos; Schiaparelli, por ejemplo, o Sirsalis, con la falla del mismo nombre, al sur.
Un día antes de la fase llena es el momento adecuado para ver uno de los más curiosos fenómenos lunares: el cráter Wargentin, situado junto al borde sudoeste, aparece totalmente cubierto de lava, como una plataforma cilíndrica emergiendo del suelo. Su considerable tamaño lo hace asequible a cualquier telescopio con tal de observarlo en el momento oportuno.
En el decimocuarto día llega la fase llena. El brillo ciega al observador. En el borde oeste el cráter Grimaldi destaca por su oscuridad. Y en el contorno sur, con mediana potencia pueden observarse los Montes Leibnitz, los más altos de nuestro satélite, aunque su grado de visibilidad depende del efecto de perspectiva debido al fenómeno que comentábamos al principio: la libración.
A partir de la fase llena, y hacia el cuarto menguante o la Luna nueva, el proceso se repite al revés.
Para profundizar en el estudio lunar se hace necesario disponer de un atlas detallado que permita identificar los cráteres, los mares, los montes y los valles, pero especialmente los pequeños detalles, aquellos que hacen más interesante la observación.